Cuando hablamos de salud, solemos pensar en una dieta equilibrada, hacer ejercicio, evitar el alcohol o el tabaco. Pero hay un factor silencioso, omnipresente e invisible que muchas veces pasamos por alto: la exposición a sustancias tóxicas que nos rodean. Estas ya están presentes en prácticamente cualquier lugar, y su contacto directo tiene efectos muy nocivos para la salud de las personas, que pueden incluso llegar a afectar antes de nacer.
¿Dónde se encuentran estos elementos tóxicos?
Pese a que cada vez más estudios científicos advierten de la contaminación generalizada que existe actualmente en el mundo, todavía muchas personas no han comprendido el riesgo que supone la exposición directa a sustancias tóxicas para su salud. Es bien sabido que los microplásticos y los químicos agresivos se pueden encontrar ya por todas partes: en los envases, los cosméticos, la ropa, los alimentos, el polvo doméstico, el aire y hasta en el agua que bebemos. Esta exposición no solo afecta a los adultos, sino también —y de forma especialmente preocupante— a los bebés desde el embarazo.
Diversos investigadores ya han encontrado partículas de microplásticos en órganos humanos, en la sangre del cordón umbilical y en la placenta. Según estudios, hasta 40 sustancias químicas industriales pueden estar presentes en el cuerpo de un bebé incluso antes de nacer.
¿Cómo afectan estas sustancias a la salud?
El mayor riesgo que tienen estas sustancias es que funcionan como disruptores endocrinos, es decir, son capaces de alterar el equilibrio hormonal del organismo. Estos son capaces de imitar o bloquear nuestras hormonas naturales. Están presentes en elementos tan comunes como la cosmética convencional, el plástico, los pesticidas, los perfumes o incluso en los productos de limpieza.
Además, los disruptores endocrinos generan consecuencias en la salud que pueden perdurar de por vida, y están relacionadas con problemas y enfermedades como las siguientes:
- Problemas de fertilidad y reproducción.
- Ciertos tipos de cáncer.
- Diabetes tipo 2 (incluso en niños).
- Problemas en el desarrollo.
- Trastornos neurológicos y de conducta.
¿Pueden afectar al embarazo?
La respuesta es sí, y de forma crítica. Durante la gestación, el cuerpo del bebé está en pleno desarrollo, y se continúan formando órganos, sistemas y conexiones neuronales. Una exposición significativa a estos químicos agresivos puede alterar ese desarrollo, con consecuencias en la salud que en muchos casos son para toda la vida.
Algunos estudios indican que los niños expuestos a estas sustancias en el vientre materno pueden presentar mayor riesgo de trastornos de conducta, hiperactividad o depresión en la infancia y adolescencia. La neurociencia ya ha dejado claro en varias ocasiones que si algo daña el desarrollo del cerebro durante el embarazo no se puede revertir, y este es justo el caso de lo que ocurre al estar en contacto con estos elementos tóxicos.
La exposición diaria aumenta
Como hemos mencionado, estas sustancias cada vez se encuentran en lugares y productos de consumo más frecuente. Por ejemplo, un análisis reciente reveló que un simple pan de molde industrial puede contener hasta 35 contaminantes. Una bebida isotónica, más de 20 ingredientes químicos. Y eso sin contar lo que se transfiere desde los envases durante el almacenamiento. Incluso alimentos frescos pueden estar contaminados si se almacenan en cajas tratadas con tintes industriales o si se cultivan en suelos fertilizados con residuos urbanos tratados.
Otros productos de uso cotidiano, como ciertos tipos ropa o cosméticos, también son muy perjudiciales para la salud, pues con su uso constante se ve en peligro tanto nuestra salud como la de nuestras futuras generaciones.
¿Qué podemos hacer para reducir el contacto con estas sustancias?
A pesar de que cada vez son más frecuentes y cuesta más desmarcarse de su uso, se pueden tomar medidas para reducir la exposición a estos contaminantes. Algunas pequeñas acciones pueden marcar un antes y un después en la salud. Estas son algunas recomendaciones para evitar o reducir la exposición a estas sustancias nocivas:
- Evitar productos cosméticos o de higiene que contengan ingredientes tóxicos como parabenos, ftalatos o siliconas.
- Elegir envases de vidrio o acero inoxidable a la hora de almacenar alimentos y bebidas.
- Priorizar alimentos frescos y ecológicos, siempre que sea posible. También se recomienda lavar frutas y verduras cuidadosamente, incluso si son orgánicas.
- Nunca calentar la comida en envases de plástico, sobre todo si se va a utilizar el microondas.
- Apostar por ropa de algodón orgánico o fibras naturales. Se recomienda especialmente en bebés.
- Reducir todo lo posible el uso de productos de limpieza y ambientadores con fragancias fuerte o químicos sintéticos.
Estos consejos son sencillos de aplicar y pueden suponer un gran cambio en la manera en la que nos relacionamos con los componentes nocivos.
El siguiente paso: la creación de una conciencia colectiva
Tal como destacó la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia en su último congreso, este es un asunto de salud pública urgente. No basta con cuidarnos individualmente: necesitamos políticas, regulaciones y un cambio de mentalidad.
La salud del planeta y la nuestra están profundamente conectadas. Cada envase que evitamos, cada ingrediente que cuestionamos, cada alternativa sostenible que elegimos es un paso hacia un futuro más limpio, más sano y más justo para las próximas generaciones.
Todas las personas necesitan tomar consciencia de que sus elecciones no solo pueden perjudicarles a ellos, sino también a sus futuras generaciones. Tomar decisiones conscientes puede ser el primer paso para visibilizar las alternativas existentes a los productos convencionales que tanto daño causan en nuestro cuerpo. El cambio hacia un mayor respeto y protección de nuestro cuerpo comienza en cada uno.