Cuando empecé a leer etiquetas de cosmética con lupa —ingrediente por ingrediente, proceso por proceso— entendí algo que me cambió la perspectiva: lo que ponemos sobre la piel no se queda en la superficie. Interactúa con nuestras hormonas, con nuestras rutas metabólicas… y, lo más inquietante, puede dejar una “marca” que no solo nos afecta a nosotras, sino que podría acompañar a quienes vengan después. A eso me refiero cuando hablo de herencia invisible.
Y aunque lo repito por activa y por pasiva, siento que nunca es suficiente: vuelvo a poneros en contexto para que sepáis qué son los disruptores endocrinos. Porque a menudo hablamos de ellos como si todo el mundo los conociera, cuando en realidad son sustancias invisibles, silenciosas, que no huelen ni se ven, pero que pueden alterar aspectos fundamentales de nuestra salud.
Primero, lo esencial: ¿qué es un disruptor endocrino?
Son sustancias capaces de interferir con nuestro sistema hormonal. Lo hacen de varias formas: imitando una hormona y activando su receptor cuando no toca; bloqueándolo para que la señal no llegue; o alterando la síntesis, el transporte y la eliminación de hormonas endógenas. En lenguaje simple: sabotean el “WhatsApp” interno con el que las hormonas coordinan procesos tan delicados como la pubertad, la fertilidad, el estado de ánimo, el metabolismo o el desarrollo fetal. En cosmética y entorno diario, la exposición suele ser baja pero constante y, además, en mezcla (el famoso efecto cóctel).
2) ¿Qué significa efecto epigenético?
La epigenética habla de mí, de ti y de cualquiera de nosotros.
La epigenética es, en pocas palabras, la forma en la que nuestro entorno escribe notas sobre nuestros genes. No cambia las letras del ADN, pero sí cómo se leen. Es como si tu vida fuera un libro: las páginas están impresas desde que naces, pero la epigenética decide qué párrafos se subrayan, cuáles se tapan con un post-it y cuáles se leen en voz alta.
Y aquí es donde entran en juego los disruptores hormonales. Estas sustancias químicas son capaces de poner sus propios subrayados en nuestra historia biológica. A veces silencian genes que deberían estar activos; otras encienden luces donde debería haber calma. El resultado: un cuerpo que funciona con señales alteradas, como una orquesta que interpreta la partitura a destiempo.
Lo más inquietante es que esas marcas epigenéticas no siempre se borran al pasar de generación. Pueden quedarse impresas y transmitirse. Es decir, lo que yo vivo, lo que me rodea, lo que entra en contacto con mi piel… puede llegar a dejar huella en la salud de quienes aún no han nacido.
Y cuando lo entendí, me cambió la mirada. Ya no hablo de “cuidarme” solo por mí, sino también por los que vendrán. Porque la epigenética nos recuerda algo muy poderoso: nuestras elecciones cotidianas —el aire que respiramos, la comida que ingerimos, los cosméticos que usamos— son mensajes que viajan más allá de nuestra propia vida.
3) La evidencia científica: estudios en animales y humanos
Cuando empecé a profundizar en la literatura científica sobre disruptores endocrinos, lo que más me impresionó fueron los hechos: los experimentos que muestran que la exposición a estas sustancias puede dejar una huella que pasa de padres a hijos, y en algunos casos hasta a los nietos.
En animales se ha visto con claridad. Por ejemplo, en un estudio con ratones expuestos a bisfenol A (BPA) —ese mismo compuesto que durante años estuvo presente en plásticos y envases—, se observaron alteraciones en la fertilidad y en el metabolismo no solo en los animales expuestos, sino también en sus descendientes. Como si esa primera generación hubiera escrito un “recordatorio químico” en sus genes que después heredaron los hijos y los nietos.
Otro caso muy citado es el del vinclozolina, un pesticida. Los investigadores descubrieron que la exposición durante la gestación de ratas producía problemas de fertilidad en los machos de varias generaciones posteriores. Y aquí no hablamos de contacto directo con la sustancia, sino de efectos transmitidos vía epigenética.
En humanos, aunque la evidencia es más compleja de recopilar (porque no podemos hacer experimentos controlados de ese tipo), también hay datos alarmantes. Estudios de cohortes han encontrado que la exposición prenatal a ciertos ftalatos y pesticidas se relaciona con pubertad precoz, cambios en el desarrollo neurológico y mayor riesgo de obesidad infantil. No son simples asociaciones aisladas: son patrones que se repiten en distintos países y poblaciones.
Cuando leo estos estudios pienso inevitablemente en algo personal: ¿qué pasará con la generación de mis hijos, de mis sobrinos, de los niños que hoy crecen rodeados de químicos cotidianos? La ciencia nos está diciendo que la herencia ya no es solo genética, también es ambiental. Y que esa herencia silenciosa puede condicionar la vida de quienes aún no han nacido.
Por eso, desde Banbu no hablamos de “tendencia clean” ni de postureo verde. Hablamos de prevención real. Porque no es exagerado decir que lo que decides ponerte hoy en la piel puede estar escribiendo una página en la historia de salud de tu familia.
4) Ejemplos de consecuencias intergeneracionales

Cuando hablamos de epigenética y disruptores hormonales, puede sonar muy abstracto. Así que quiero ponerlo en tierra: ¿qué significa realmente que estas sustancias dejan huella más allá de la persona expuesta?
La ciencia nos da varias pistas:
🔹 Fertilidad
Uno de los efectos más estudiados es la calidad del esperma. En estudios con animales, la exposición a pesticidas o plásticos no solo afectaba a la generación expuesta, sino también a sus hijos y nietos: menor conteo espermático, menos movilidad, más dificultad para concebir. Y en humanos ya se están observando tendencias preocupantes: en los últimos 50 años, la concentración de espermatozoides se ha reducido a la mitad en muchas poblaciones occidentales. ¿Es solo casualidad? Cada vez más expertos apuntan a que los disruptores están escribiendo parte de esta historia.
🔹 Desarrollo reproductivo
En niñas, la exposición temprana a ftalatos y bisfenol A se ha relacionado con pubertad precoz, es decir, con la activación del sistema hormonal antes de tiempo. Esto no solo cambia la experiencia de la infancia, también aumenta el riesgo de ciertos problemas de salud en la vida adulta.
🔹 Metabolismo y obesidad
Algunos disruptores actúan como “obesógenos”: reprograman las células para almacenar más grasa. Estudios en animales muestran que la descendencia de madres expuestas a BPA o pesticidas tiene mayor tendencia a la obesidad y resistencia a la insulina. Es decir, un mayor riesgo de diabetes tipo 2 que no depende solo de dieta o ejercicio, sino de esa huella invisible heredada.
🔹 Desarrollo neurológico
Quizá lo más sensible: el cerebro. La exposición prenatal a pesticidas organofosforados y a ftalatos se ha relacionado con problemas de atención, menor cociente intelectual y mayor riesgo de trastornos del neurodesarrollo en la infancia. Estamos hablando de algo tan delicado como la capacidad de aprender, de concentrarse, de desarrollarse plenamente.
Lo cuento y me sigue removiendo: porque no hablamos solo de nosotras, de nuestra piel o nuestro bienestar inmediato. Hablamos de cómo nuestras decisiones diarias pueden influir en la vida de quienes ni siquiera han nacido todavía. Y eso es lo que hace que todo esto no sea teoría: es responsabilidad.
No se trata de eliminar un ingrediente porque esté de moda decir que es malo. Se trata de ir un paso más allá y entender cómo interactúa con la biología, con la vida misma, y con esa herencia invisible que dejamos.
5) ¿Por qué esto nos debería importar en cosmética y vida diaria?
A veces me preguntan: “Verónica, pero de verdad, ¿qué tiene que ver una crema o un desodorante con todo esto de la epigenética?” Y entiendo la duda, porque en el imaginario colectivo los cosméticos son algo inocente, casi superficial, un capricho estético. Pero la realidad es otra: la cosmética es una de las principales vías de exposición diaria a disruptores endocrinos.
Piensa en tu rutina:
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Te duchas con un gel perfumado.
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Te aplicas crema hidratante.
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Te maquillas con base, polvos, máscara de pestañas.
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Te pones perfume antes de salir de casa.
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Y, por la noche, repites parte del ritual con desmaquillante, sérum y crema de noche.
Eso son muchas capas de producto, todos los días, durante años. Aunque cada cosmético por sí solo contenga dosis bajas de químicos cuestionables, el problema está en la suma: lo que llamamos efecto cóctel. Pequeñas cantidades que, juntas y acumuladas en el tiempo, tienen un impacto real.
Además, hay algo que repetimos mucho en Banbu: la piel no es una armadura, es un órgano vivo. Tiene memoria, respira, absorbe. Lo que aplicamos no desaparece como si nada; parte penetra y llega a nuestro organismo. Y si esos ingredientes son disruptores hormonales, pueden alterar mensajes biológicos clave.
Por eso nos debería importar. Porque no hablamos de un problema abstracto, sino de algo que forma parte de nuestro día a día. Esa crema que huele tan bien puede contener ftalatos en su fragancia. Ese esmalte de uñas que brilla tanto puede liberar formaldehído. Ese champú “suavizante” quizá esconde parabenos.
No es cuestión de vivir con miedo, sino de vivir con consciencia. Entender que cada gesto suma y que tenemos la posibilidad de elegir. Yo siempre digo que la cosmética puede ser un vehículo de salud o un vehículo de riesgo. Y en Banbu decidimos desde el primer día que sería un vehículo de salud hormonal.
Porque al final, lo que ponemos sobre nuestra piel no se queda en la superficie: es una conversación silenciosa con nuestro cuerpo… y con el futuro que dejamos a quienes vendrán detrás de nosotros.
En definitiva, lo importante es entender que nuestros gestos cotidianos no son neutros. No es solo una crema, un perfume o un desodorante: es una exposición constante que puede dialogar con nuestro cuerpo de formas que muchas veces no vemos.
Y ahí está lo esperanzador: tenemos la posibilidad de elegir distinto. De llenar nuestro neceser de productos que cuiden, en lugar de agredir. De apostar por fórmulas limpias que respeten nuestra piel y nuestra salud hormonal.
Porque la cosmética no debería ser nunca un riesgo oculto, sino un aliado de bienestar. Y cuando entendemos que cada elección diaria es también una forma de escribir nuestra historia biológica —y quizá la de quienes vendrán después—, todo cobra un sentido mucho más profundo.
Ese, precisamente, es el camino que decidimos seguir en Banbu: una cosmética que no comprometa la salud, sino que la potencie. Para ti, para hoy y para mañana.