Si hay algo que me ha cambiado la perspectiva radicalmente en los últimos años es descubrir lo que hay detrás de los productos que usamos cada día. Y uno de los que más me impactó fue la pasta de dientes. Sí, esa que usamos al menos dos veces al día, la que dejamos que entre en contacto con la mucosa oral (una de las más permeables del cuerpo), y la que a veces incluso terminamos tragando sin querer.
Como os digo siempre: no todo lo que se vende es seguro, y mucho menos saludable. Lo más común es que tu pasta de dientes… te esté envenenando, literalmente. Y no, no es una forma de hablar ni una exageración para llamar la atención. Es un hecho.
Cuando empecé a investigar a fondo las fórmulas de las marcas más vendidas, me di cuenta de que casi todas tienen en común una cosa: están llenas de ingredientes que nadie debería meterse en la boca. Ingredientes que vienen del petróleo, que alteran tus hormonas, que están bajo revisión en Europa por sus posibles efectos cancerígenos, neurotóxicos o incluso por su capacidad de afectar al desarrollo fetal. Ingredientes que han sido prohibidos en otros productos, pero que siguen estando ahí… en algo tan básico como un dentífrico.
Lo que más me sorprendió fue descubrir que muchísimas de estas sustancias se usan simplemente porque son baratas. No porque sean seguras, ni necesarias, ni efectivas… sino porque permiten abaratar el producto final. Pero a costa de tu salud.

Hablamos de pastas dentales que puedes comprar por menos de dos euros, y que parecen una ganga. Pero nadie te cuenta que dentro de ese tubo hay compuestos que pueden acumularse en tu organismo con el uso diario, y que a largo plazo contribuyen al cóctel tóxico que estamos soportando sin darnos cuenta. La piel y las mucosas no son barreras impenetrables. Todo lo que entra ahí, entra en ti. Y no hablamos de una exposición puntual. Hablamos de algo que usas todos los días, desde que eres pequeño.
Y sí, ya sé lo que algunas personas piensan: “si está a la venta, será seguro”. Pero siento decirte que eso no es del todo cierto. La regulación europea en cosmética y cuidado personal está llena de lagunas. Se evalúan ingredientes de forma individual, sin tener en cuenta la exposición combinada. Muchos estudios son antiguos, con sesgos evidentes, y en muchos casos financiados por las propias industrias que fabrican los ingredientes. Además, los límites de seguridad establecidos no siempre contemplan efectos acumulativos, hormonales o el impacto en embarazadas y niños.
De hecho, hay sustancias que se han usado durante décadas sin problema, hasta que de repente se descubre su toxicidad y se prohíben. Un caso claro es el triclosán, que se eliminó de los jabones por sus efectos hormonales, pero que siguió (¡y en algunos casos sigue!) presente en pastas de dientes. ¿Cómo es posible? Pues porque muchas decisiones en salud pública van muy por detrás de la ciencia, y aún más de la ética.
Y si estás aquí leyendo esto, es porque tú también quieres saber más. Porque estás cansada de usar productos que no sabes lo que llevan. Y porque, como yo, estás empezando a cuestionártelo todo.
Este artículo no es solo una crítica. Es una guía para entender de verdad qué hay en tu pasta de dientes y por qué importa. Porque la salud hormonal no es un lujo, es una necesidad. Y empieza por algo tan pequeño como el gesto de cepillarte los dientes.
Triclosán : el disruptor endocrino que aún aparece en pasta de dientes
El triclosán se incorporó originalmente a productos como dentífricos, jabones, desodorantes y hasta esponjas o textiles, porque inhibía el crecimiento bacteriano. Durante años se promocionó como un “plus” para la higiene bucal, con la promesa de reducir la placa y la gingivitis. De hecho, en 2013 una revisión Cochrane llegó a decir que su uso podía reducir la placa hasta un 22 % y el sangrado de encías un 48 % frente a las pastas que solo contenían flúor. A priori, suena bien.
Pero cuando escarbas un poco más… el panorama cambia.
Qué efectos tiene sobre nuestra salud?
Diversos estudios han demostrado que el triclosán afecta directamente al sistema endocrino. Es decir, actúa como un disruptor hormonal: imita o bloquea el funcionamiento natural de nuestras hormonas, generando alteraciones en la tiroides, el sistema reproductivo y el desarrollo fetal.
Uno de los datos que más me impactó fue que, según el estudio NHANES en EE.UU., el triclosán se detectó en más del 74 % de las muestras de orina analizadas. Y no hablamos de exposiciones ocasionales, sino de acumulación constante. En otros estudios, como los realizados en Canadá y China, la presencia también fue altísima: entre el 70 % y el 99,5 % de las personas lo tenían en su organismo.
Y no es una simple presencia. Se han observado relaciones entre altos niveles de triclosán y:
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Reducción de esperma en hombres.
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Disfunciones tiroideas.
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Aumento de riesgo de alergias y dermatitis en niños expuestos durante el embarazo.
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Fibrosis hepática y tumores en estudios con animales, tras exposición prolongada.
Quizá el dato más alarmante fue un estudio reciente con más de 300 madres embarazadas y sus bebés: duplicar los niveles de triclosán en orina de la madre duplicaba también el riesgo de que el bebé desarrollara rinitis alérgica. Todo esto, desde un ingrediente legal en una pasta de dientes. Es aterrador.
¿Y qué dice la normativa europea?
Hasta hace poco, este ingrediente estaba presente en casi todas las pastas dentales antibacterianas del mercado. En 2024, la UE ha actualizado la regulación: se permite hasta un 0,3 % de concentración en pastas para adultos, pero se prohíbe en fórmulas infantiles (menores de 3 años) y en enjuagues bucales. Además, exige etiquetas específicas que adviertan del contenido.
Pero, y esto es importante, los productos que ya estaban en el mercado antes de la norma pueden seguir vendiéndose hasta finales de 2025. Es decir: puedes estar usando hoy un dentífrico con triclosán, pensando que está aprobado… cuando en realidad ya se considera riesgoso. Esto refleja uno de los grandes fallos del sistema: la regulación va muy por detrás de la ciencia, y no contempla ni la exposición acumulativa ni los efectos combinados con otros químicos tóxicos.
Propilenglicol: ¿qué hace un derivado del petróleo en tu boca?
El propilenglicol (PEG) es un alcohol sintético derivado del petróleo, presente en más del 70 % de las pastas dentales convencionales. ¿Su función? Actuar como humectante, solvente y estabilizador. ¿El problema? Su facilidad para penetrar en la piel y mucosas, y su potencial para transportar otros tóxicos al interior del cuerpo.
- Un estudio de la Toxicology and Applied Pharmacology (2006) demostró que la exposición repetida al propilenglicol puede aumentar la permeabilidad de la piel, facilitando la absorción de sustancias tóxicas.
- La FDA lo clasifica como “generalmente seguro”, pero en exposiciones prolongadas y acumuladas, puede provocar irritación, sensibilización y efectos sistémicos leves, especialmente en niños y personas con piel sensible.
- Además, puede contener óxidos de etileno y 1,4-dioxano como contaminantes residuales, ambos catalogados como posibles carcinógenos humanos por la IARC.
¿Y por qué se permite? Porque la legislación evalúa los ingredientes de forma aislada y en dosis teóricas mínimas, sin considerar el efecto acumulativo ni las sinergias tóxicas.
Como siempre digo: que algo esté en tu baño no significa que deba estar en tu cuerpo.
PEGs: los espesantes invisibles que nadie te cuenta
Un ingrediente que se repite con muchísima frecuencia: los PEGs, o polietilenglicoles. En concreto, están presentes en más del 50 % de las fórmulas convencionales. Su nombre puede parecer inofensivo o simplemente técnico, pero detrás se esconde una realidad que muchas marcas prefieren que no conozcas.
Los PEGs son derivados del petróleo utilizados como espesantes, emulsionantes y estabilizantes. Su función es puramente funcional: ayudan a que la textura de la pasta sea homogénea, agradable y se mantenga estable con el paso del tiempo. El problema no es solo el ingrediente en sí, sino lo que traen consigo.
Durante su fabricación, los PEGs pueden contaminarse con óxido de etileno y 1,4-dioxano, dos compuestos considerados potencialmente cancerígenos para humanos por la IARC (Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer). Aunque la normativa europea permite su uso siempre que estén por debajo de ciertos umbrales, lo cierto es que nadie está analizando cómo actúan estos residuos cuando los usamos a diario, varias veces al día, durante años.
Lo que más me sorprendió es que se siga considerando a los PEGs como “ingredientes inertes”, cuando ya hay estudios in vitro que muestran cómo pueden aumentar la permeabilidad de la piel y las mucosas, facilitando la entrada de otras sustancias tóxicas en el organismo. Es decir: no solo podrían ser un problema por sí mismos, sino que además pueden convertirse en una puerta de entrada para otros tóxicos.
¿Y por qué se siguen permitiendo? La respuesta es siempre la misma: se evalúan de forma aislada, en dosis teóricas, sin contemplar el efecto acumulativo real ni las sinergias con otros ingredientes del mismo producto. De hecho, el propio informe del Comité Científico Europeo sobre Seguridad del Consumidor reconoce que no se exigen pruebas específicas de exposición oral repetida para estos compuestos.
Esto no se trata de alarmar por alarmar. Se trata de cuestionar lo que usamos todos los días sin pensar. Porque si más de la mitad de las pastas dentales que se venden en el supermercado llevan PEGs contaminados con tóxicos reconocidos, ¿no deberíamos exigir fórmulas más limpias, más transparentes y más seguras?
Fluoruro de sodio - FLUOR: ¿amigo de tus dientes o aliado de tus hormonas?
Al revisar ingredientes en pastas dentales comerciales, hay uno que siempre aparece: el fluoruro de sodio (NaF). Prácticamente estaría en casi el 95–100 % de las fórmulas convencionales, y muchas personas lo consideran indispensable para prevenir caries. Sin embargo, hay aspectos muy importantes que deberíamos conocer antes de asumir su inocuidad.
Aunque es cierto que en dosis seguras el fluoruro ayuda a remineralizar el esmalte dental, su efecto sistémico no es neutro.
En la literatura científica existen estudios serios que lo vinculan a alteraciones en la función tiroidea. Esto sucede especialmente cuando se acumula en el organismo por fuentes múltiples (agua fluorada, pasta dental, alimentos procesados). La evidencia señala que concentraciones elevadas pueden elevar los niveles de TSH y reducir T3 y T4, interfiriendo en el equilibrio hormonal.
Pero incluso más preocupante: hay investigaciones que relacionan exposiciones crónicas a fluoruro con disminuciones en el coeficiente intelectual en niños, especialmente cuando la exposición ocurre en etapas tempranas del desarrollo. Una revisión sistemática publicada en JAMA Pediatrics determinó que niveles elevados en agua potable se asociaron con una caída en IQ promedio de 5 a 7 puntos.
Y la normativa lo permite, sí, pero con una gran carencia: el control sobre la cantidad real que absorbemos diariamente no existe. La regulación europea establece una concentración máxima en pastas dentales (normalmente entre 1 000 y 1 500 ppm), pero no toma en cuenta la exposición simultánea de múltiples fuentes. Tampoco exige estudios de toxicidad acumulativa a largo plazo, ni contempla la vulnerabilidad en etapas como el embarazo o la infancia.
Para el desarrollo neurológico del feto o del lactante, estas exposiciones pueden ser irreversibles. Por eso, como os digo siempre, no todo lo que está permitido es automáticamente saludable. Y más en un producto de uso cotidiano, que ingerimos accidentalmente y que se usa todos los días desde la infancia.
DEA (Diethanolamine): el agente espumante con riesgo oculto
La DEA (dietanolamina) es un compuesto orgánico sintético derivado del óxido de etileno y amoníaco, empleado frecuentemente en pastas dentales y productos cosméticos como agente espumante, emulsionante y espesante. Aporta una textura cremosa y una sensación de limpieza visual por la espuma, pero a nivel toxicológico, está lejos de ser inocua. Uno de los principales problemas de la DEA es su capacidad de reaccionar con agentes nitrosantes presentes en los productos o en el propio organismo, formando nitrosaminas, un grupo de compuestos clasificados por la IARC (Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer) como carcinógenos probables en humanos (Grupo 2B). Estas nitrosaminas han mostrado, en múltiples estudios en roedores, una asociación con tumores hepáticos, renales y del tracto digestivo. Además, investigaciones publicadas en revistas como Toxicology Letters y Environmental Health Perspectives han demostrado que la exposición prolongada a DEA puede causar disrupciones hormonales, especialmente a nivel de la función tiroidea y reproductiva, así como daño hepático y renal.
En cuanto a su presencia, se estima que al menos un 30–40 % de las pastas de dientes convencionales contienen DEA o derivados como Cocamide DEA o Lauramide DEA, muchas veces sin advertencia clara en el etiquetado. La Unión Europea permite su uso restringido, pero no prohíbe la formación de nitrosaminas, siempre que no se superen ciertos niveles de impurezas, lo cual deja una ventana abierta a la exposición crónica a través del uso diario. Además, estudios sobre absorción dérmica y mucosal muestran que, aunque el compuesto tiene una baja penetración transcutánea, su acumulación en el organismo es posible por el uso repetido y en combinación con otras sustancias.
La presencia de DEA en productos de uso bucal es especialmente alarmante por el contacto directo y prolongado con las mucosas orales, que son altamente permeables y representan una vía directa al sistema circulatorio. Y lo más preocupante: es un ingrediente innecesario desde el punto de vista funcional, ya que existen alternativas naturales no tóxicas con la misma eficacia. En resumen, el uso de DEA representa un riesgo químico evitable, que sigue presente en el mercado por su bajo coste industrial y su capacidad de mejorar la experiencia sensorial del producto, pero que no justifica el daño potencial a la salud.
¿Cómo llegamos hasta aquí?
¿En qué momento aceptamos que algo que usamos cada día —como una pasta de dientes— contenga derivados del petróleo, sustancias que alteran nuestro sistema hormonal, o ingredientes que fueron prohibidos en el pasado y ahora vuelven por la puerta de atrás? ¿Por qué seguimos creyendo que “si está en el mercado, será seguro”? La realidad es otra: la seguridad cosmética se mide en laboratorio, pero el cuerpo humano no es un laboratorio aislado. Es un ecosistema complejo, sensible, y lo que acumulamos día a día —por poco que sea— puede tener consecuencias que aún no entendemos del todo.
No escribo esto para generar miedo, sino para invitarte a cuestionar. A mirar las etiquetas con otros ojos. A entender que lo “normal” no siempre es lo correcto. Porque lo realmente radical hoy, es elegir lo saludable.
¿Y si todo esto no fuera exageración, sino información que simplemente no quieren que tengas tan a mano? ¿Y si cuidar tu salud empieza justo por lo que no pensabas que era un riesgo?
—Verónica, fundadora de Banbu